Cuando nos comprometemos con el servicio desinteresado, vemos cómo aparecen todos los principios que hemos llegado a amar y conocer. No es fácil no interponerse en el propio camino, pero eso es precisamente lo que nos libera de las prisiones que nosotros mismos nos construimos.
_-Vivir limpios, Capítulo tres, “La espiritualidad en acción”_
Se habla mucho de las dificultades interpersonales que surgen en las reuniones de trabajo de NA de tan triste fama. Tal vez se preste demasiada atención a esas épocas en que se hablaba demasiado (o se gritaba) y no se escuchaba lo suficiente, en que volaban puñetazos o sillas. Bueno, ¡seguro que más de uno aquí necesita practicar algunos principios!, pensamos. Pero a veces el ego más exagerado de la sala no es el de esa recién llegada tan sensible o el del veterano reverenciado, sino el de un alma amable que necesita practicar la unidad, la paciencia y la comprensión. A veces el ego, una auténtica bomba de tiempo, es el nuestro. Somos esa persona que otro miembro pone en su lista de resentimientos y cuyo padrino le aconseja «reza por ella».
Y ser padrino o madrina sin duda requiere la capacidad de practicar la buena voluntad, la empatía y la aceptación. Nos preocupa que si decimos: «Sí, te apadrinaré», lo estropeemos aún más. Nos da miedo ser demasiado críticos o no ser lo suficientemente atentos. ¿Y si nos mienten? ¿Y si no hacen lo que les sugerimos? ¿Y si piensan que somos un desastre como padrinos y nos dejan? Queremos rechazar la petición, pero hacerlo de manera brillante: «Te irá mejor con un padrino que sepa apartarse de su propio camino». En cambio, la aceptamos porque eso nos han enseñado y así es como queremos vivir ahora.
Sinceramente, ninguno de nosotros puede practicar estos principios en todos los aspectos de la vida cada minuto de cada día, de ahora hasta que nos entierren con el medallón de limpios por toda la eternidad. Pero la entrega desinteresada -de nuestro tiempo, energía, pasión y habilidades- nos abre a oportunidades sin límites de salirnos de nosotros mismos. Nuestro defecto de carácter del egoísmo queda relegado frente al principio espiritual de la compasión hacia los demás. Si nos comprometemos con algo que no hemos hecho antes, practicamos la valentía y la vulnerabilidad. Si acompañamos a alguien por los Doce Pasos, practicamos la rendición. También surge la humildad -y el perdón- cuando alguien en quien confiamos nos dice la verdad sobre lo mal que nos portamos en una reunión de trabajo.
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_*Hoy, haré inventario de los principios espirituales que practico en mis compromisos de servicio. Si actualmente el servicio no forma parte de mi programa, practicaré la responsabilidad, la participación y la disciplina, ¡y me pondré a hacerlo!*_
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