Cuando logramos separar la esperanza de las ganas o la expectativa, dejamos de sentirnos un fraude.

-Vivir limpios, Capítulo siete, «Vivir nuestros principios»

El último fin de semana de la temporada de fútbol, es habitual oír a los hinchas decir: «Lo que mata es la esperanza». Si año tras año no conseguimos ganar el campeonato, a lo mejor no está mal reprimir un poco el optimismo. Los aficionados al fútbol saben que una decisión equivocada, una pésima jugada o la mala suerte pueden destrozar las esperanzas. En la vida, como en el fútbol, podría parecer que si nos atrevemos a soñar lo hacemos por nuestra propia cuenta y riesgo. Somos pocos los que pasamos por la vida sin sufrir un par de desengaños. En ocasiones, hasta es posible que renunciemos a la esperanza y dejemos que nuestras aspiraciones se vayan al traste. Pero esa no es forma de vivir. Al fin y al cabo, hasta un corazón roto sabe lo que es el amor.

Sí, la esperanza puede llevarnos a la desilusión, pero también a nuevas fronteras. «La esperanza me hace ir en la dirección correcta. Me da la sensación de que puedo hacer algo para que mis sueños se conviertan en realidad -escribió un miembro-. Me motiva a perseverar y a esforzarme. ¿Tener esperanzas, pero sin hacer el trabajo? Eso no es más que tener un deseo».

Claro que podemos avanzar en la dirección correcta y, a pesar de todo, el árbitro nos marca fuera de juego. Nuestros cálculos de lo que hace falta para alcanzar un sueño no siempre son acertados. A veces conseguimos aquello por lo que hemos trabajado y rezado, solo para descubrir que no acaba de satisfacernos. La recuperación puede ayudarnos a superar todo eso. Aprendemos a sobrevivir a nuestras expectativas y a las emociones ligadas a ellas. Nos permitimos tener esperanza y al mismo tiempo tolerar la desilusión o un cambio de orientación.

Esperanza es atreverse a soñar, hacer el trabajo básico y caer de pie. Independientemente de cómo salgan las cosas, somos más fuertes, más resistentes e incluso más optimistas por haber corrido el riesgo.

*La recuperación me da el valor de tener esperanza. Puedo actuar e influir en el mundo que me rodea. Si las cosas no salen como esperaba -o si mi equipo vuelve a perder-, lo afrontaré.*

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